Rubén Darío (Metapa, 1867 - León, 1916) es el seudónimo del gran poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, iniciador y máximo representante del Modernismo hispanoamericano. Su familia era conocida por el apellido de un abuelo, "la familia de los Darío", y el joven poeta, en busca de eufonía, adoptó la fórmula "Rubén Darío" como nombre literario de batalla.
Rubén Darío pasó por Ávila, para deslazarse a Navalsáuz y visitar a la familia de Francisca Sánchez. El poeta viene de Madrid a Ávila en tren. En la estación le esperan «mi invitante, en compañía de dos hijos suyos, robustos mocetones que tenían preparadas las caballerías consiguientes. No permanecí en la ciudad ni un solo momento. Fue llegar, montar y partir».
A partir de este viaje escribió un texto que se titula Fiesta Campesina [fragmento en pdf], y lleva fecha de 18 de noviembre de 1899. Se habla del paisaje del camino, de «cerros oscuros, manchados de altos álamos y chatos piornos»; se habla de ventas harto pobres y vinillo de las villas del Barranco. Pasa la noche en la cocina de la venta al amor de la lumbre y, a la mañana, tras una taza de leche recién ordeñada, «estoy otra vez sobre mi asno». Es un viaje en burro, por tanto lento y espacioso. Y anota: «Hoy he visto, bajo el más puro azul del cielo, pasar algo de la dicha que Dios ha encerrado en el misterio de la naturaleza».
Cuando comienzan la subida hasta la aldea, hay que llevar al asno del ronzal. Por fin están en “Navazuelas”. Sí. Seguramente se trata de conocer a la familia de Francisca Sánchez y que aquella le conozca a él. En este texto se trata, como dice en el título del capítulo, de describir una fiesta campesina, en un pueblo alejado «algunas leguas de la vieja ciudad de Santa Teresa». Recoge los ritos y las canciones de la fiesta, la comida y los dulces, para volver una vez acabada la fiesta a la ciudad.
El choque emocional que este mundo primitivo y pastoril ha producido en el poeta creo verlo reflejado en un poema harto artificioso y perfectamente trabado con sucesivas anáforas y encabalgamientos, que lleva por título La dulzura del ángelus.
El poeta, regresado de la fiesta campesina, puede dormir por fin en un hotel medianamente confortable. Está, es una opinión solamente, cerca de la catedral o alguna otra iglesia. En la mañana despierta al dolondón de las campanas. Es todavía una prolongación de aquel mundo primitivo que acaba de abandonar en la sierra. Un mundo provinciano y devoto que contrasta con su espíritu tentado por la carne y la increencia.
Colaboradores: Naiara García, Alicia Rodríguez, Pedro Díaz y David Sánchez.